El Trapito que Quería Volar
Érase una vez, en una ciudad muy lejana, un trapito que trabajaba limpiando los cristales de un gran edificio. Todas las mañanas se levantaba muy temprano, subía hasta el último piso del edificio, y limpiaba todos los cristales de todas las ventanas hasta llegar al suelo.
Pero al trapito no le bastaba con limpiar cristales: quería volar. Así que decidido, fue al aeropuerto y le dijo al avión:
– Avión, ¿quieres que limpie tus cristales? Así a cambio podré volar.
Pero el avión le contestó:
– Me gustaría mucho, trapito, pero eres demasiado pequeño y necesito un trapo más grande.
Sin perder la esperanza, fue a la Comisaría de la Policía, y le dijo al helicóptero:
– Helicóptero, ¿quieres que limpie tus cristales? Así a cambio podré volar.
Pero el helicóptero le constestó:
– Me gustaría mucho, trapito, pero en la Policía todo tiene que ser de color azul, y tú no eres azul.
El trapito volvió triste y abatido a su edificio, cuando al pasar delante de un caserón abandonado escuchó que alguien lloraba «ayyyy ayyyy mi sábana se ha roto, ayyyy». Cuando entró, vio un fantasmita que lloraba a moco tendido.
– ¿Por qué lloras, fantasmita? – le preguntó el trapito.
– Porque se me ha roto la sábana, y ahora ya no me la puedo poner para ir volando. – contestó el fantasma entre sollozos.
– ¡Tengo una idea! – dijo el trapito – si quieres puedes usarme a mí como sábana, y así ¡podremos volar juntos!
– ¡Muy bien! ¡Fenomenal! – aceptó el fantasma entusiasmado.
Y así, el trapito y el fantasmita se hicieron buenos amigos y volaron juntos por toda la ciudad.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
La Roca con Boca
Había una vez, en un país muy lejano, un gigante que vivía con su perro en una casa en el campo. El gigante se llamaba Smith, y su perro se llamaba Fini. El gigante Smith tenía una huerta, y en su huerta plantaba tomates. Lo que más le gustaba al gigante Smith era plantar y cuidar sus tomates.
Sin embargo, nunca le salían bien. Cuando los pájaros no se los comían, sus tomates salían pequeños y raquíticos, y así cosecha tras cosecha. Sin saber qué más hacer, el gigante Smith decidió limpiar toda su huerta de malas hierbas. Las arrancó todas y las prendió fuego. Y después cogió un rastrillo; y rissss rassss empezó a quitar las piedras.
Hasta que de repente una piedra dijo «¡¡AUUUU ten más cuidado, que me haces daño con el rastrillo!!» El gigante, asustado, tiró el rastrillo, salió corriendo y se encerró en su casa.
Al cabo del rato, mandó al perro Fini a investigar. El perro Fini fue oliendo todas las piedras, sniiffff sniiffff, y de repente una le dijo «JAJAJA me haces cosquillas con tu hocico húmedo». El perro, asustado, salió corriendo y se metió en la casa con el gigante.
Al ver que no pasaba nada, el gigante Smith y el perro Fini salieron de la casa con una estaca, y fueron a buscar la roca que hablaba.
– Hola – les saludó la roca cuando les vio llegar – me llamo Roca.
– Hola Roca – dijo el gigante – ¿cómo es que puedes hablar?
– Porque tengo boca, mira – Y era verdad. Tenía una boca de piedra, con dientes de piedra y lengua de piedra.
– ¿Cuánto tiempo llevas viviendo en mi huerta? – preguntó el gigante Smith
– Toda la vida. Llevo muchos años viendo cómo dejas que se sequen las tomateras porque no las riegas cuando la tierra tiene sed; y cómo los pájaros se comen los tomates y las semillas cuando tu perro se duerme la siesta.
– Oye Roca, ¿podrías ayudarme a cultivar mis tomates?
– ¡Claro que sí! – respondió Roca
Y desde entonces, Roca avisaba al gigante Smith cuando la tierra estaba seca y tenía que regar, y avisaba al perro Fini cuando los pájaros querían comerse los tomates. Así, el gigante cultivó los tomates más grandes y jugosos de todo el Condado, incluso llegó a ganar premios en las más importantes ferias del Reino.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
Parece que los niños son las aspiradoras que nos sacan los cuentos de dentro
Muy buenas historias
En su día intenté poner por escrito los cuentos que me inventaba sobre la marcha y que le contaba a Pequeño, tengo pendientes unos cuantos, lo que no tengo claro es su valor pedagógico
Enseñar a pensar mas allá de lo que se ve ya es de gran valor.